“Sube el costo de la vida”, “el dinero ya no alcanza”, “lo que ayer me costaba 200, hoy me cuesta 250”, “lo que gano no me alcanza para vivir”; estas frases parecen anécdotas de un pasado funesto, pero la realidad es que han vuelto a resurgir.
En el capitalismo, los seres humanos pagamos un precio por vivir y por formar parte del intercambio de bienes y servicios que sucede en una sociedad moderna. Algunos pagan más que otros, pero todos, inexorablemente, algo tienen que pagar. Es por eso por lo que, al hablar del costo de la vida, todos los estratos sociales se sienten reflejados y afectados, sobre todo cuando el aumento de los bienes y servicios es significativo en un corto período de tiempo.
Para comprender el tema, los economistas manejan distintas variables que son constantemente observadas para determinar el aumento del costo de la vida: la estabilidad cambiaria, el valor de la moneda oficial, el tamaño de la economía y su tasa de crecimiento y, sobre todo, el índice de precios al consumidor, por ser el indicativo más importante para determinar si los ciudadanos tienen que gastar más dinero que antes para mantener su nivel y calidad de vida.
La sabiduría popular tiene sus propias formas de calcular empíricamente el costo de la vida. En los sectores populares, se lleva la medida con base a lo que establece el colmado, que es el referente de precios de los hogares en la masa popular. Como último eslabón de una larga cadena de valor, el que atiende en el colmado es el que traspasa al ciudadano común las alzas inevitables que afectan el costo de la vida
En los sectores con más recursos, la cara del colmadero es sustituida por la factura del supermercado, con el mismo efecto devastador en el bolsillo de los ciudadanos. En las clases medias, el índice de precio al consumidor se entiende mejor comparando el número de artículos o fundas del supermercado y el gasto necesario para llenar la despensa cada semana. En general, es un principio que se extiende a todos los ámbitos donde se intercambian bienes y servicios, porque cada actor de la economía traslada el aumento de sus costos a sus clientes.
La población en general ya siente los efectos de esta realidad inexorable, que tenemos que aceptar no es una cuestión causada por factores internos. Cualquier partido habría tenido que enfrentar el mismo escenario de complejidad económica. Sin embargo, quienes gobiernan tienen la posibilidad de responder a estos factores exógenos, y de esa respuesta dependerá la evaluación que la ciudadanía debe hacer de los partidos políticos y los gobernantes.
En el contexto económico actual, la respuesta del Gobierno no puede ni debe ser tímida, hay que apoyar a los sectores productivos, continuar las estrategias para el aumento de la producción que se implementaron en el pasado, facilitar el acceso al crédito agropecuario y disminuir los costos indirectos que genera la actividad económica del campo.
El rol del Estado no es intervenir directamente en el balance entre la oferta y la demanda, ya en el pasado hemos aprendido que no son estrategias eficientes en el mediano y largo plazo.
Lo que hay es que apoyar y dinamizar a los productores locales, apoyarlos con la certeza de que su producto no se echará a perder y que cuentan con políticas públicas de calidad que generen confianza en la inversión.
No hay tiempo qué perder para enfrentar esta realidad. Los aumentos son provocados por factores ajenos al país, pero una respuesta eficiente y de calidad, está en manos del Gobierno.