SD.- Pocas cosas entristecen más a Karle Peña Vargas que la sirena de una ambulancia estos días. “La situación de San Francisco de Macorís es terrible”, advierte.
Lo dice en Villa Tapia, un municipio de la vecina provincia Hermanas Mirabal, donde estos días labora vendiendo mascarillas, guantes, alcohol y spray alcoholado.
Su historia se resume en pocas líneas. Su dolor, no: Ella trabajaba en una importadora de ropa como cajera en San Francisco de Macorís, con la llegada del coronavirus la empresa cerró y la mandó a la calle. Desde entonces su vida dio un vuelco.
Tiene un niño de cinco años y vive con su abuela, ella lo cuida mientras Karle sale a trabajar en medio de la pandemia, porque de algo tienen que vivir. “Primero me buscaron para vender piñas pero yo no estaba en eso, se coge mucha lucha. Hay que pelarla a veces y no… entonces me pusieron aquí vendiendo esto”.
Quien la puso es un compañero suyo de la importadora, que entre una cosa y otra consigue los productos para venderlos y tener ciertos ingresos hasta que todo regrese a la anterior normalidad.
Karle está en el islote que divide la calle principal de Villa Tapia, la que lleva hasta Salcedo, cabecera de una provincia que ya va marcando la presencia del virus en sus calles y en los boletines de Salud: 145 casos acumulados, 11 muertos y una tasa de positividad a las pruebas de 43.8%.
Cuando se llega a ese Salcedo del que hablamos la bienvenida no puede ser más triste: Charles “Canaan, diputado”, reza una valla enorme tintada con amarillo y morado y el rostro de un hombre joven que sonríe. Ese hombre murió por coronavirus hace unas semanas y su presencia sigue en cada esquina del pueblo por la aplastante propaganda de promoción que había montado: una pared frente al hospital provincial Pascacio Toribio, un cartelón enorme a la salida hacia Tenares y el dolor en voz de su primo hermano, Luis René, senador de la provincia.
“Aquí tuvimos dos muertes que nos conmovieron”, va contando el senador. “La de Charles y la de Antonio Vargas, ordenador de los fondos europeos”.
Y se anima a contar la historia casi como afortunado por esas decisiones que el ser humano toma y que muchas veces no se entienden aun pasado el tiempo. El día de las elecciones municipales, 15 de marzo, evento que el senador Canaán señala como el de la propagación de la enfermedad, ellos tres, y otros dirigentes
del Partido de la Liberación Dominicana, estuvieron juntos en un centro de cómputos esperando los resultados electorales.
“Yo cuando vi que los resultados no estaban favoreciendo a una de mis candidatas dejé eso y me fui a mi casa como a las nueve y media de la noche”, relata. “Ellos se quedaron como hasta las tres de la madrugada en el centro, que es una oficina pequeñita”.
El senador piensa que, quizá, si se hubiese quedado con ellos todas esas horas hubiera terminado contagiado de COVID-19.
“Eso le dio como a seis dirigentes, le dio a la alcaldesa que ya se recuperó, y nosotros creemos que vino por ahí, por esa noche”, explica.
Hermanas Mirabal tiene una ubicación geográfica comprometida en medio de esta pandemia: hace frontera con las provincias Duarte, La Vega y Espaillat. Esas tres demarcaciones han registrado focos recientes del COVID-19. Por ejemplo, los duartenses tienen 557 personas diagnosticadas, y una fama (equivocada) en el país de que casi todos sus habitantes tienen el virus; Espaillat acumula 162 casos y La Vega, 414.
Parte importante de su vida diaria depende del intercambio con estas provincias, explica el senador, al asegurar también que aunque no pueden decir que las cosas están del todo controladas ya se admite muchísimo avance desde hace unas semanas por la integración del sector privado y el haber conseguido mayores niveles de pruebas, tanto rápidas como PCR.
Pero en San Francisco de Macorís, la tierra donde vive Karle Peña Vargas, la actitud contra el COVID es otra. “La situación en San Francisco de Macorís es grave”, insiste. “A cada momento escuchas una ambulancia que se lleva a un vecino. Y conoces a mucha gente que le ha dado, o que le dio a un pariente y te cuenta los síntomas que tuvo”, dice.
Ahora mismo esos gel como “manitas limpias” que vende, los spray alcoholados y los guantes han sido en algunos días hasta más demandados que el mismo arroz o el cacao por el que su provincia es conocida en el país.
“Hoy no tanto, pero a comienzos de la semana eso era todo el mundo comprándolo aquí en Villa Tapia”, dijo.
Lo ideal para ella hubiera sido vender los productos en el mismo San Francisco de Macorís, así se evitaría la carga de trasladarse de pueblo. El problema es que en cada esquina de “Macorís” (exagera) aparecen uno y dos vendedores.
No es tanto como que en todas las esquinas, como lo dice Karle, pero sí es cierto que entrar a San Francisco de Macorís es chocarse con que los tradicionales vendedores ambulantes de los semáforos del país han cambiado los chocolates y perritos de juguete, las maquinitas de hacer pompas de jabón por alcohol, mascarillas y guantes desechables.
Y aun así no todos los transeúntes los usan.
“La gente en las calles lo está haciendo mal pero yo los entiendo, tenemos un pueblo con un nivel de educación muy bajo”, justifica Ramón Alejo Cruz, quien se presenta como “Padre Moncho”, un hijo de esta provincia que lidera los esfuerzos de la comunidad por conseguir mayor respuesta gubernamental.
El padre remata: “Todavía tú te encuentras con gente que dice que eso es mentira (el coronavirus), que es cuento. Pero yo me acuerdo cuando era niño que mataron a Trujillo que aun 15 después había personas que decían que no lo habían ajusticiado. Es un pueblo que va arrastrando un problema de falta de educación de lo cual ellos no son culpables, es el sistema, pero no, el pueblo no está aportando como deber ser”.
Su advertencia es aún más fuerte: “Si el Gobierno no se pone fuerte esto nos pasará este año y otro más”. Por: Juan Eduardo Thomas /LD