San Francisco de Macorís.- Según el relatado por Doris Pantaleón Ferreiras del Listín Diario. Rosalina Martínez, esposa del fallecido periodista con diagnóstico positivo de Coronavirus Covid-19, Pedro Fernández, fue la primera amiga que hice justo mi primer día de universidad, cuando ingresé a la carrera de periodismo.
Desde que pisé en el aula de la extensión de la UASD en San Francisco de Macorís, Rosalina me sonrió y ahí mismo empezó nuestra amistad, a la que luego se sumaron, Ana, Belkis, Martha, Mercedes y Luz.
Rosalina nunca pensó que sus 32 años de matrimonio acabarían así: su esposo, muerto a causa del Covid-19, ella cargando sola la tristeza de la pérdida aislada hasta de su hijo, y con temor a que en cualquier momento pueda presentar síntomas, ya que estuvo cuidando a su esposo aún en el lecho hospitalario.
Tiene un diagnóstico de cáncer de mamás de hace apenas dos meses y por la situación de crisis sanitaria que vive el país y el mundo no ha podido iniciar el tratamiento de quimioterapia. Para comer o disponer de algún medicamento, como el acetaminofén, está dependiendo desde hace más de una semana de la solidaridad de vecinos y algunas personas del pueblo que le dejan las cosas en la puerta o la tiran de lejos una fundita con medicinas por una ventana.
Por eso, al hablar vía telefónica de la realidad que vive ahora, no puede contener el llanto al lamentar que una persona tan querida y solidaria como Pedro tuvo que ser enterrado en soledad.
“Dios tendrá misericordia; esto, más que una pesadilla, es una película de terror. Yo quiero que esto pase pronto, quiero despertar y que esto haya sido un sueño”, dice Rosalina, mientras señala que luego del esfuerzo de muchas personas logró que le tomaran muestras a ella y a su hijo, para saber si están infectados, pero aún desconoce los resultados, a pesar de haber pasado varios días.
Más de lo que se ve
“No quiero que esto te pase a ti, ni a nadie que yo conozca. Esto es horrible, ni mi hijo, ni mi papá pueden venir a verme”, exclama, Rosalina, también periodista, al asegurar que lo que está pasando en San Francisco de Macorís es más alarmante de lo que se ve en los medios.
Asegura que allí hay pacientes que se están muriendo en sus casas, sin atención, que las enfermeras salen corriendo de las clínicas a familiares y pacientes sospechosos, “porque ahora se le tiene miedo a los vivos y a los muertos”.
Explica que su esposo tenía varias co-morbilidades: era sobreviviente desde hace cinco años de un accidente cerebrovascular, hipertenso y diabético, pero estaba estable, trabajando, hasta que el jueves 12 de marzo empezó a presentar fiebre y malestar general. Fueron a su médico, lo evaluaron y despacharon. El sábado empezó a sentirse débil y soñoliento y el domingo se levantó para ir a ejercer el derecho al voto en las elecciones municipales.
En la noche empeoró y fue llevado al HOMS en Santiago. Lo atendieron, le bajaron la fiebre y regresó a su hogar. Al seguir empeorando, el martes siguiente volvieron al centro, le diagnosticaron neumonía, lo ingresaron y tomaron muestra para determinar si era de Covid-19.
A ella la enviaron a casa y, al día siguiente, la llamaron para que fuera a cuidarlo a una sala privada donde lo habían ingresado y allí estuvo acompañadolo por varios días, hasta que lo ingresaron en cuidados intensivos.
Dice no entender por qué en el centro nunca le pidieron que le protegiera, no le dieron mascarillas ni guantes, ni le dijeron que comprara, si sabían que se trata de una enfermedad contagiosa.
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