RD.- La muerte en viajes ilegales de jóvenes, principalmente, se ha encargado de quitarle el dulce en los últimos meses a la provincia Peravia, sobre todo a su municipio cabecera, Baní, desde la tragedia de Chiapas, en México que cobró la vida de 12 dominicanos, de ellos 10 banilejos.
El duelo llegó ahora al municipio costero de Boca Canasta con dos náufragos. Wilkin Romely Méndez Pérez, con 18 años, jugaba baloncesto, amaba los videojuegos, dejó de trabajar en el colmado de su padrino hace varios meses, y la escuela en segundo de bachillerato, para irse tras el sueño americano, en una ruta que hasta ahora era desconocida por muchos. Las recurrentes son las de viajes en yola a Puerto Rico y de polizones en barcos.
Wilkin sería uno de los muertos o desaparecidos del bote que zozobró el pasado 23 de enero al llegar a la costa de la Florida, tras salir con 40 indocumentados desde Las Bahamas. Otro banilejo identificado como Yunior Pascual Santos Báez, de 49 años, desapareció en la travesía, y se dice que más compueblanos irían en la lancha. Del naufragio solo sobrevivió el colombiano Juan Esteban Montoya Caicedo.
Hasta media mañana del martes, doña Juan Emilia Pérez, aguardaba sentada en el patio de su casa, bajo la sombra de una enramada, el verdor de su jardín y con velones prendidos a sus santos: Santa Clara, San Martín de Porres, San Antonio, Los Mellizos, San Miguel y a San Santiago, con la esperanza de que el más pequeño de sus cuatro hijos y único varón, estaría escondido en los montes de la islita de Bimini, en Las Bahamas.
Allí se habían quedado seis personas, y para ella su pequeño era uno de ellos. El padre de Wilkin, perturbado, pedía que le devolvieran a su pequeño, mientras otros familiares los acompañaban, al lado de una granja de gallos, a los que su hijo solía alimentar, porque le gustaban.
Doña Juana Emilia narró que hablaba por video cámara con “El niño”, como todos le decían, desde el 15 de enero que salió de Baní hacia el aeropuerto rumbo a Las Bahamas, hasta la noche del 22, el mismo día que habría partido el yate hacia La Florida, Estados Unidos.
Además de pagar por adelantado 17 mil dólares, de 20 mil que costaba el viaje, Wilkin se llevó cinco mil en efectivo, de los que entregó 3,000 en Las Bahamas.
Un elemento que le daba esperanza es que la persona que cobró el dinero para el viaje le puso una nota de voz. “Él me puso una nota de voz donde mi hijo decía que se habían subido muchos haitianos al bote y otra que él le mandó diciendo si hay mucha gente no se monten”.
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Aunque dijo que su familia es pobre, la madre contaba la forma en que consentía a su hijo, quien también le ayudaba a pintar sus artesanías.
“A él le gustaba poco comer. A veces me pedía plátano frito con salami, o mangú y cuando decía que quería arroz, habichuelas y bistec, yo hasta cogía fiao la carne para complacer a mi niño”, dijo. Seguía resaltando sus cualidades de obediente, reservado, que no le gustaba la bebida alcohólica, salvo una cerveza de vez en cuando, mientras se agarraba el pecho y se le quebrantaban las palabras.
Una longeva vestida de negro llegó gritando en presencia del equipo de prensa de Listín Diario, “Está confirmado, El niño iba en esa yola, está confirmado. ¡Ay Dios mío mi niño!”, dijo la abuela de Wilkin, en una escena de dolor y tristeza.