Los Angeles Lakers vuelven a reinar en la NBA. Y lo hacen tras una auténtica exhibición en el sexto partido de las Finales. Sin ofrecer ninguna oportunidad y arrollando por completo a su rival. La franquicia angelina destrozó (106-93) a los Miami Heat en un partido que dominó de principio a fin y que dejó encarrilado al descanso.
Si la eliminatoria se había convertido en una batalla contra los elementos para los de Florida, los Lakers se encargaron de demostrar que esta estuvo en todo momento bajo su control. Y que solo estaban esperando el momento indicado para asestar el golpe definitivo.
Los primeros compases del encuentro se forjaron desde el respeto mutuo de ambos conjuntos y una defensa asfixiante que no daba facilidades al marcador para aumentar su conteo.
La entrada de Alex Caruso en el quinteto inicial ofrecía un mayor control del juego perimetral de los Heat, mientras Anthony Davis asumía con solvencia todo el peso interior del equipo. El otro gran duelo de la noche, el protagonizado por LeBron James (28 puntos, 14 rebotes y 10 asistencias) y Jimmy Butler (12 puntos y 8 asistencias), se decantó rápidamente a favor del primero.
El de Akron halló petróleo en las pérdidas de los Heat para sumar fácilmente en transición. Los de Florida no sabían cómo atacar el planteamiento defensivo propuesto por Frank Vogel e hicieron de la línea de triple su campamento base. Dos triples de Duncan Robinson hacían presagiar un enfrentamiento igualado pero el espejismo rápidamente dio paso al tórrido desierto californiano.
La salida de Rajon Rondo (19 puntos, con un 8 de 11 en tiros de campo, y 4 asistencias) lo cambió todo. El punto de inflexión. Los Lakers habían aprovechado las pérdidas de Miami para anotar fácil en transición pero los problemas para atacar en estático no les permitían carburar del todo.
El base insufló dos –o tres– marchas al partido y el cerrojo de Spoelstra se resquebrajó poco a poco. Y el técnico no encontró la forma de reconducir la situación ni de detener el vendaval que se aproximaba.
La ecuación fue sencilla. Anthony Davis (19 puntos y 15 rebotes) cerró la pintura y permitió seguir castigando desde la transición. LeBron James sacó a relucir su martillo pilón y Rondo completó una actuación magistral que sirvió como nexo entre las dos grandes estrellas. Nueve puntos sin fallo del base regalaron el control del partido a los Lakers. Y este nunca más volvió a peligrar.
Diez. Veinte. Treinta puntos. Las diferencias se incrementaron de manera escandalosa. Kentavious Caldwell-Pope (17 puntos, Alex Caruso, Danny Green y Markieff Morris ahondaban en la herida de unos Heat completamente desbordados. Sin ideas. Con el tanque de combustible bajo mínimos tras el sobrehumano realizado en los playoffs.
Jimmy Butler fue minimizado. Tyler Herro firmó su peor actuación de la post-temporada y Bam Adebayo (25 puntos y 10 rebotes), quien fue de menos a más, estuvo menos incisivo de lo habitual. Pérdidas, tiros muy forzados y posesiones agotadas sin lanzar tenían su contrapunto en unos Lakers a los que les entraba todo.
Así, los de Frank Vogel se limitaron a extender este guión e incidir en una defensa que rozó la perfección en la primera mitad. Los 28 puntos de diferencia al descanso (64-36) suponen la segunda más elevada en la historia de las Finales tras los dos primeros cuartos.
La máxima la establece un mal recuerdo para los Lakers: los 30 puntos de diferencia con los que se fueron al descanso en el Game 1 de 1985 contra los Celtics en el conocido como Memorial Day Massacre. Pero en esta ocasión, las víctimas estaban ejerciendo el papel de verdugos.
El 2+1 con el que LeBron James dio inicio al tercer cuarto confirmaba que los Lakers no tenían pensado levantar el pie al acelerador. No se trataba solo de vencer, sino de destrozar a su rival. De demostrar que las dos victorias de Miami no eran tanto un hito de estos sino un pequeño préstamo por parte de los otros. Y para comenzar a pintar el premio al MVP de las Finales con el nombre del astro de Akron.
Los Heat protagonizaron otro impresionante episodio de orgullo, garra y corazón, pero la hazaña se presentaba lejana. Efímera. Imposible. Pero igual de elogiable y enmarcable que las anteriores. Nadie en los Lakers quería un nuevo susto y Frank Vogel mantuvo en pista a LeBron y Davis a pesar de que las diferencias se mantenían constantemente por encima de los 25 puntos.
Los largos brazos del ala-pívot seguían intimidando cada lanzamiento rival. Y el alero luchaba por cada rebote defensivo como si fuera el último.
No fue hasta poco más de un minuto para el final cuando los Lakers respiraron. La gesta había sido culminada y el banquillo de los Lakers, ya con LeBron y Davis en él, comenzó a intercambiar los primeros abrazos.
El resto llegarían después. Vencieron los Lakers. Diez años después se plantan de nuevo en la cima de la NBA. 17º título en la historia de la franquicia oro y púrpura, quienes igualan en el palmarés histórico a Boston Celtics. Miami se queda sin el premio gordo pero con el convencimiento de que el futuro puede ser también de ellos. Un aplauso enorme para el equipo de Florida.
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