Marcelo, de 50 años y con más de medio matrimonio a sus espaldas, decidió separarse de la madre de sus hijos y comenzar de nuevo en un monoambiente. Fue allí donde conoció a Pela y se hicieron amigos, hasta que su amistad evolucionó y el temor al qué dirán casi le cuesta la felicidad.
En una foto, que Marcelo prefiere guardar en memoria del hombre que cambió su vida, se les ve felices, abrazados en la playa frente a sus amigos.
Para muchas parejas, esto sería algo común, pero para ellos fue un hito, ya que nunca antes se habían mostrado afecto en público. Sin embargo, esta foto marcó tanto el comienzo como el fin de su historia juntos, puesto que al día siguiente pela morirá.
En un principio, Marcelo y Pela eran vecinos y luego se seleccionaron en amigos. Con el tiempo, se dio cuenta de que había algo más que amistad entre ellos, aunque les llevó tiempo aceptarlo.
Marcelo se mudó al edificio donde Pela vivía con su novia después de separarse de su esposa.
Había pasado por momentos difíciles, cuidando a sus padres enfermos de cáncer y enfrentando problemas económicos tras su fallecimiento.
En medio de esa tragedia, Marcelo se volvió meticuloso y estructurado, aferrándose a las pequeñas cosas que podía controlar.
Después de la muerte de sus padres, Marcelo tuvo que hacer ejercicio para despejar su mente y conectarse con algo nuevo.
Se inscribió en un gimnasio y allí conoció a la que sería la madre de sus hijos.
Estuvieron juntos dos años y, cuando se casaron, ella se mudó a la casa de Marcelo con sus hermanas menores.
Sin embargo, después de 26 años de matrimonio, la relación comenzó a desmoronarse y decidir separarse por el bien de todos, ya que los hijos ya eran adultos.
Marcelo dejó su hogar y se mudó a un monoambiente con muy pocas posesiones. Pronto entabló amistad con su vecino Gustavo, y fue en una conversación con él que Marcelo se enteró de la existencia de Pela.
El Pela era locutor y estaba involucrado en el mundo del fútbol. A medida que pasaba el tiempo, la relación entre Marcelo y Pela se volvía cada vez más estrecha, compartiendo sus penas y apoyándose químicamente.
Un día, cuando Gustavo no pudo unirse a ellos, Marcelo y Pela salieron juntos. Durante el viaje en auto, en un semáforo, el Pela confesó sus sentimientos hacia Marcelo y lo besó. Marcelo quedó desconcertado y enojado, pero admitió que algo en ese beso le había gustado.
Después de ese momento, evitaron hablar durante semanas, y Marcelo se debatió internamente sobre sus sentimientos.
Fue el comienzo de un ida y vuelta largo, de meses, porque esa persona vivía en Rosario. Cuando viajó a Buenos Aires para conocerlo, Ariel le dijo que él tampoco le había podido decir nunca a nadie que era gay. Con él también empezaron como amigos, pero las cosas fueron distintas desde el principio.
Marcelo ya no quiso esconderse cuando esa amistad se convirtió en otra cosa: desde el primer beso, en la estación de Retiro, hasta las ganas de compartir todas las fiestas familiares, en Buenos Aires y en Rosario.
Y cuando nació el primer nieto de Marcelo –hijo de Belu–, Ariel estuvo ahí para mimarlo como si fuera otro abuelo.
Marcelo siente que no es casual que Ariel haya aparecido en su vida, que el Pela desde algún lugar lo puso en su camino. Hay muchas coincidencias y señales, pero, sobre todo, sabe que es gracias a él que pudo aprender a vivir sin preocuparse por lo que piense el resto de la gente.
Todavía le resuenan sus palabras: “Deja que la vida te sorprenda, enano”. Está decidido a hacerle caso como la mejor manera de honrar su memoria.
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